domingo, 12 de diciembre de 2010

Los peces abisales

Anoche tuve un sueño muy extraño, y al recordarlo tengo la amarga sensación de que tiene que ver con algo de la vida real. De mí vida real. Cómo una espinita clavada en el cielo de la boca de la que uno no puede olvidarse.

Había un parque lleno de césped muy verde, y yo estaba asomándome a un lago que había en el centro. Bajo el agua, a una profundidad suficiente como para distinguir que algo se movía pero no poder adivinar lo que era, podía ver una especie de pez alargado, moviéndose como me imagino que se mueven las pirañas esperando a que caiga su presa. Yo sabía que no debía intentar tocarlo, pero era un sueño que no podía controlar, así que empecé a meter la mano en el agua.

Un pez entre blanco y grisáceo, alargado, más o menos como un escualo delgado, sin ojos, y con varias costuras a lo largo de todo el cuerpo (cómo si se hubiera sometido a varias operaciones de cirugía y le hubieran tenido que dar puntos) se abalanza sobre mí, y me arranca el brazo en el momento en que toco el agua. Tenía primero una boca sin dientes y membranosa que, al abrirse, dejaba paso a una boca con dientes, como la que tienen los pulpos, que emergía como la de un alíen.

Yo me quedaba ahí arrodillado y desangrándome, con la imagen del pez, muy siniestra, fija en mis ojos. Y en el sueño, antes de conseguir despertarme, se repitió una y otra vez el agónico momento en que el pez me arrancaba el brazo.

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